El conductor le dijo a Aleksandra que aprovechara para dormir algo, pero ella no quiso sospechando que ese iba a ser su último viaje antes de abandonar Osona, ni tampoco hubiera podido. Los mellizos sí se durmieron acurrucados a su madre y ella se relajó en el asiento mientras trataba de adivinar el rumbo que había tomado el muchacho.
Pasadas casi dos horas, Aleksandra empezó a reconocer el paisaje; el joven había tomado el camino más largo para llegar a Soria y, en vez de entrar a la ciudad por la carretera general, tomó una ruta que la rodeaba junto al cauce del río Duero.
Pasaron ante la ermita de San Saturio; vigilante del río desde hacía siglos, imponente y austero como aquella tierra de Castilla, solitario y guardián de los secretos templarios. Era la primera imagen que recordaba de la
comarca cuando llegaron al país hacía casi treinta años.
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